La observancia de las estrictas reglas de la vida monacal imposibilita el acceso al cenobio a cualquier persona ajena a esta circunstancia, es valor añadido de esta imagen que, de forma inesperada y casual, por unos instantes pude contemplar.
Sobre el antiguo monasterio medieval de los Caballeros de la Orden de Santiago de la Espada, en la collación de San Vicente del viejo barrio de San Lorenzo, se levanta el convento de las Reverendas Madres Mercedarias de la Asunción.
Dios y mi buena fortuna hicieron que la actual Madre Superiora reparase en mi para encomendarme una misión, diferente y ajena al trabajo que ahora nos ocupa.
Durante nuestro encuentro, con generosa benevolencia, consintió permitirme cruzar los infranqueables límites que separan lo público de lo privado, la vida seglar de la vida religiosa, lo material de lo espiritual, abriendo la puerta de acceso al patio del claustro, de par en par, a la vez que la de mis sentidos a la percepción de un tiempo detenido que trasmina aromas de santidad.
Allí, en la estancia que llaman la ropería, estaban Madre María Isabel cosiendo y Madre Ana María planchando, ángeles custodios de fe en un altar de luz, la luz de Dios.
Sobrecogida por la dulzura y la paz de este excepcional momento, sentí la imperiosa necesidad de tratar de preservarlo convirtiéndolo en pintura. Quimérica ilusión, sueño imposible…
¡Ay, si se pudieran pintar los estados del alma!
©María José Aguilar