Don Alonso Quijano

Honor y Gloria de La Mancha y de Las Letras Hispánicas.

©®

Año 2011
Óleo sobre tabla
180 x 140 cm

Miguel de Cervantes, prisionero en la isla de Argel escribió la primera parte de la novela “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, su gran obra maestra, dándonos una verdadera y siempre actual lección de gestión del talento y de excelencia creativa, ante el infortunio y la adversidad.

“…él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.”  
(Miguel de Cervantes Saavedra 1547-1616) 

En el cuadro aparece el hidalgo en la intimidad de su sobria alcoba castellana, sentado, con un libro abierto entre las manos, apoyados los brazos en una mesa escritorio de la época. Los ojos de par en par, la mirada perdida, absorto, abandonado en la profundidad de sus propias reflexiones y pensamientos, frutos de su desenfrenada lectura de las novelas de caballería. Éstos, amparados por una desbordante imaginación, le conducirán a traspasar los límites de la cordura, haciéndole sentir armado caballero andante, recorriendo los caminos de La Mancha en compañía de su escudero Sancho Panza, en busca de aventuras y hazañas, que le permitiesen impartir justicia y hacer el bien, para así hacerse honroso merecedor del amor de su dama, Dulcinea del Toboso. Desatinos, desventuras, quebrantos y burlas le acarreará la inigualable pureza de los valores de su, tan noble, corazón.                               

Detrás de él, aparece la figura femenina de una joven doncella que representa el Amor. Se trata de un amor dulce y sosegado, un amor cortés el de esta Dulcinea soñada por el personaje, cuya ilusión logró convertir en noble y bella dama a la que, en realidad, era una tosca y vulgar mesonera de aldea. Por este motivo he querido, para su mejor identificación, que apareciese ataviada con los sencillos y humildes ropajes adecuados a su auténtica condición social y económica de pobre plebeya: camisa, corpiño y faldas según la usanza de la época.

En la parte central, colgado en la pared, preside la escena una talla de Jesús crucificado.  La religiosidad y la fe en Dios están presentes.

Arriba, a la derecha, una pequeña ventana abierta da paso a la luz iluminando la estancia a la vez que muestra el apacible e inequívoco paisaje español, un sendero jalonado de flores silvestres bajo un limpio cielo castellano que recorta los orgullosamente erguidos molinos manchegos que, en su desvarío, posteriormente don Quijote enfrentará cuan temibles gigantes.

© María José Aguilar

«Cuentan que, desde que aprendí a expresarme verbalmente, manifesté un ferviente e inquebrantable deseo: PINTAR

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